POESIAS

FEDERICO EL SILBADOR

(Sobre un hecho verídico)

Había una vez un pueblo con su río y con sus coplas
en ese pueblo se abría al cielo una placita bella
y en esa plaza palpitaba de guardia ... una esquina
y era dueño de esa esquina ... un lustrabotas.

El pueblo, Tupiza el pueblo era
la plaza, Independencia aún se llama
la esquina, en ella la música habitaba
el lustrabotas, Federico se llamaba.

Transitaban por allí paseantes y escuchantes
o propietarios de zapatones empolvados
y también quienes querían regalar a los tímpanos de seda,
los hilos más finos y armoniosos de silbidos
que sólo sabía tejerlos ... Federico.

Federico Flores, lustrabotas y silbador
quien como él para lustrar
nadie como él para silbar.

Tinta, crema, trapo, saliva
cepillo abajo, cepillo arriba
ni polvo ni barro, sólo brillo salía.

Y mientras sus espaldas se encorvaban al trabajo
modelando con sus manos las caras nuevas de las botas
volaban hacia arriba increíbles, justas, largas
las notas más bellas de silbidos que envolvían
clientes, escuchantes y en fin toda la esquina.

Agudos y bajos, tonos armoniosos salían
de sus labios prodigiosos, de su piel, de su mirada
y del desesperado corazón, que quizá temblaba ya
sacudido por múltiples angustias.

Tonadas, cuecas, huayños y rancheras
o las perpetuas notas de Alfaro o de Domínguez
se dibujaban en los invisibles papeles del sonido
mientras cien zapatos o más volvían a la vida.

Hasta que llegó el intruso que lo degrada todo
con su pesado aliento que balbucea desgracias
con su humedad lacerante que oxida el alma
aquél que llega agazapado detrás de una amargura
o por la espalda de una existencia fútil y atormentada.

Llegó el alcohol, acompañado de su compadre: el vicio
y Federico se abrazó a los dos ... desesperado
clamó consuelo, pidió una pausa a su destino
más, no hubo respuesta.

Luchó por escapar del vendaval de adversidades
que la vida nos regala a veces dadivosa
pero no pudo
y finalmente intimó con los dos ... hasta la muerte.

Qué nos quizo decir Federico en sus conciertos?
que el alma atormentada es también música?
que el silbido es desgarro y es protesta?
que aún postrado el hombre es digno y aún canta?

No hay más conciertos, silencio en la esquina
se fue Federico, callóse la música
los cepillos pasan la crema de lágrimas
y enmudecen todos los canarios
que aprendieron el canto y fueron el coro
de su fiel maestro, el buen Federico.

Luís René Cortés Rosenbluth


 

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